Son imágenes que se van acumulando en la retina, después en la memoria y finalmente en el corazón. Es el sedimento emocional de un viaje a la India: sus gentes, ancianos, hombres y mujeres, sus niños y niñas, prematuramente adultos, que se levantan con el sol para luchar por la supervivencia. La dureza de algunas imágenes es tan solo comparable con la ternura que provocan. Es el espectáculo de la vida, que no puede dejarnos impasibles. Tanta tristeza, tanta miseria y, a la vez, tanta belleza, tanta dulzura, tanta generosidad. No es posible volver de la India sin un pellizco en el corazón, sin un poco de melancolía, sin una de esas sonrisas infantiles clavada en lo más profundo del alma.
En nuestro viaje por la India hemos visto a sus gentes, hemos disfrutado de su humanidad, de su misticismo, de su laboriosidad inagotable, de su cordialidad y de su compañía. Aquí dejo algo de lo que hoy ya es un recuerdo imborrable.
Algunas de las fotos del siguiente video me han sido prestadas por nuestros amigos del grupo Annapurna, con los que hemos compartido este viaje. Su acertada iniciativa de incorporarlas a nuestro archivo común de Dropbox me ha permitido enriquecer este modesto post, dedicado por supuesto a todos ellos.